París bien vale una misa
La conocida sentencia del título se atribuye a Enrique III de Navarra, pretendiente protestante al trono francés, que eligió convertirse al catolicismo para poder reinar como Enrique IV en 1589. Una frase que usualmente se ha usado como sinónimo de la conveniencia de renunciar a algo, aunque sea aparentemente muy valioso, para obtener lo que realmente se desea.
Y en el caso que nos ocupa, viene como anillo al dedo para hablar del Gran Premio de Francia. El país galo cuenta con dos de los actuales pilotos estrella de la clase reina, además de estar invirtiendo a marchas forzadas en su, hasta hace poco olvidada, cantera de jóvenes pilotos. Por todo ello, Francia necesita un Gran Premio de MotoGP por todo lo alto y MotoGP necesita un Gran Premio en Francia con las gradas a rebosar.
Con un circuito como Le Mans, a 200 km de París (que cuenta con un área metropolitana de más de 15 millones de habitantes) y con un aura tan mítica como la que confiere ser el lugar donde se celebró el primer Gran Premio de Francia de Automovilismo en 1906, está claro que trazados como el todavía más frío y lluvioso Magny-Cours o el bonito, pero lejano de las zonas de influencia, Paul Ricard, no interesan como alternativa al trazado actualmente escogido.




Por eso, MotoGP y Le Mans están condenados a entenderse. Un circuito que a priori y tras la última modificación realizada hace años, consecuencia directa del terrible accidente sufrido por Alberto Puig en 1995, no es especialmente peligroso en condiciones normales, contando con buenas escapatorias y los muros suficientemente lejos.
El problema son las condiciones climatológicas que casi invariablemente se dan allí. Y no sólo por la lluvia sino también por el frío y el viento que suelen venir aparejados en las fechas primaverales en las que siempre se programa esta carrera, dicen que condicionada por la celebración de las 24 Horas de Le Mans automovilísticas en junio.
Los últimos cinco años Le Mans nos han dejado unas cifras que no dejan lugar a dudas sobre la inconveniencia de celebrar esta carrera, un año tras otro, en las mismas fechas: 416 caídas: 94 en 2017, 109 en 2018, 90 en 2019, 100 el año pasado y 117 el fin de semana pasado.
117 caídas que felizmente sólo causaron dos lesiones importantes, la rotura de muñeca de Yari Montella (Moto2) y la fractura de clavícula de Yuki Kunii (Moto3). Pero tanto va el cántaro a la fuente que acaba rompiéndose y a más caídas, la probabilidad de un accidente grave es siempre mayor por muy seguro que sea un circuito, máxime si tenemos en cuenta la ‘lentitud’ de las caídas en mojado (el piloto pasa más tiempo deslizando al ir a menor velocidad y la posibilidad de un atropello aumenta).




117 caídas que sitúan al pasado Gran Premio en el triste podio de incidentes acaecidos en fines de semana de carreras de los últimos siete años, sumando las tres categorías, sólo superado por los grandes premios de Valencia en 2018 y Misano en 2017, que contaron con fuertes, pero afortunadamente esporádicos, aguaceros.
Mantener las actuales fechas de la carrera de Le Mans es jugar a una suerte de ruleta rusa de la que pueden salir perjudicados todos los actores del campeonato, desde los pilotos a la organización, pasando por el promotor de la carrera e incluso los sufridos espectadores cuando vuelvan a llenar en masa los graderíos.
Cambiar las fechas de esta carrera me atrevería a decir que no sólo es necesario; es obligatorio si la seguridad es la primera prioridad de MotoGP, algo que es indiscutible.
Le Mans bien vale un espectáculo seguro.