El cielo es azul. El infierno también

El cielo de MotoGP ha estado este 2020 más nublado que nunca. Pero a mitad del sandwich de carreras valencianas, es obvio que se ha abierto un gran claro y es de color azul. Azul Suzuki. La fábrica de Hamamatsu está de dulce. Vive uno de esos momentos donde todo le sale bien y la inercia de un éxito potencia la fuerza con la que se alcanza el siguiente.
Ahora mismo no es solo que las motos del 100 aniversario (otra cosa que les sale bien) sean las grandes envidiadas de la categoría, sino que también lo son su estructura, su director deportivo, su pilotos y un largo etcétera. ¡Ojo! Por más que hablemos del cielo de MotoGP que nadie piense que esto es efecto de una gracia divina, sino la consecuencia de muchos años de hacer muy bien las cosas y de no mirar el escalón siguiente hasta estar perfectamente asentado en el anterior.




En Suzuki se ha hecho muy bien todo. Las empresas (y un equipo de MotoGP también lo es) son las personas que la componen y lo primero que ha hecho muy bien Suzuki son los fichajes. Davide Brivio es el perfecto director de orquesta y qué decir de Álex Rins y Joan Mir, pero esa es solo la cara visible de una organización que ha elegido con precisión quirúrgica a sus empleados para seguir un plan perfectamente diseñado por unos directivos que han tenido muy claro que los milagros existen, pero hay que crearlos.
Parte de la perfección del plan ejecutado por Suzuki ha sido su dimensionamiento. La fábrica ha sido consciente de sus recursos y de los gigantes contra los que se enfrenta. Por eso ha buscado maximizar todo lo posible el ROI de sus inversiones. El ‘Return Of Investment”, es decir, conseguir el máximo resultado de cada yen y gramo de talento dedicado a su departamento de competición. Por eso no tiene un equipo satélite. Por eso su moto no es la más rápida, ni la que mejor gira ni la que mejor frena. Porque ser el mejor en algo significa sacrificar mucho más en otros aspectos y al final lo que te hace ganar es el conjunto de todos los factores y no ser el mejor en un solo frente.




En la parte opuesta, siempre se nos ha dicho que el infierno, lleno de fuego, es rojo como el carmín. Rojo Ducati, en el ideario motociclista, aunque hablaremos de ello otro día. Entre el Gran Premio de Europa y el de Valencia se nos ha revelado que también puede ser azul igual que el cielo, pero en este caso azul Yamaha. El desastre de la marca de los diapasones en Valencia ha sido dantesco, sin ninguno de sus cuatro pilotos entre los diez primeros de la carrera. Además de la anunciada penalización en puntos de equipos y constructores, tenemos a una parte del equipo confinado por Covid, motos incapaces de terminar la carrera, motores extra estrenados y un plantel de pilotos totalmente disconformes con la marca.
Pero seguramente lo más grave de Yamaha es que más allá de los problemas que han podido tener circunstancialmente, buena parte de ellos tienen un origen sistémico. Tras la lucha de poder que han experimentado entre Italia y Japón, no parece que haya un equipo de trabajo que reme en una dirección establecida. Parecen carecer de rumbo, como un pollo descabezado que va en todas direcciones a la vez, pero a ningún lugar en concreto. Cuentan con una moto con muchas virtudes, que ha ganado más carreras este año que ninguna otra, pero poco a poco han ido dejando que los puntos débiles superen a las fortalezas.




Esta temporada ya la tienen perdida, pero a veces el revulsivo que te lleva a escalar de nuevo hasta el cielo es tocar fondo y quemarte en las brasas del infierno. Desde luego hay muchas lecciones que aprender para Yamaha de este 2020, así que solo de ellos depende que esta temporada pueda reportarles alegrías en el futuro. Siempre me ha encantado la frase que dice: Unas veces se gana y otras se aprende. Es la oportunidad perfecta para que Yamaha aprenda de nuevo el camino hacia el paraíso en el cielo. Ese cielo azul, que este año es azul Suzuki.