Naufragar sin hacerse a la mar

Competir no es otra cosa que compararse con los demás y en los deporte de élite, los demás son los mejores de la disciplina en la que se participa. El motociclismo no es una excepción, con el añadido de que dicha comparación se hace en algo a priori tan antinatural para el ser humano como desplazarse a más de 350km/h. Si Usain Bolt no pasa de la velocidad máxima legal de un ciclomotor, 45 km/h, es fácil adivinar el estrés al que se ve sometido el ser humano gestionando siete veces la velocidad máxima para la que está diseñado.
A esa presión hay que añadirle muchos otros factores, seguramente aún más determinantes. Para un piloto su prestigio, futuro, dinero y mucho más depende der ser más rápido que los otros que le acompañan en la parrilla, por lo que unos pocos segundos marcan la diferencia entre el éxito y el fracaso en carreras que pasan de los 40 minutos de duración. Puesto que el talento se les supone, como el valor al soldado, la diferencia entre los ganadores y los perdedores suele encontrarse en la digestión psicológica que se pueda hacer dentro y fuera del casco que le protege.




A todo esto llegan acostumbrados todos los pilotos al Campeonato del Mundo. Unos lo gestionan peor y otros mejor, pero todos se han visto muchas veces en el pasado metidos en esa olla a presión. Los hay que escapan indemnes y los hay llenos de quemaduras, pero todos se han visto presionados por no quedarse fuera, por conseguir una moto mejor o por lograr un ascenso a la siguiente categoría. Sin embargo hay un factor capaz de sacar de quicio a gran parte de la parrilla; el agua.
La mayoría de los pilotos huyen del líquido elemento siempre que pueden. Si es un entrenamiento fuera de una carrera lo normal es que ni salgan a rodar. Si es en el marco de un Gran Premio, resignados cumplen con el inexorable trámite con dos premisas básicas; que pase lo antes posible y que sea de la forma menos dolorosa posible. Hay unos pocos sin embargo, para los que rodar en mojado es un desafío. Una forma nueva de afrontar la búsqueda de los límites y la capacidad de leer en tiempo real las condiciones del asfalto.




Esos que no huyen de la pista mojada tienen ya media partida ganada, porque nada garantiza más el fracaso de la otra mitad de la parrilla que creerse perdedores antes de empezar. ¡Ojo! El agua resbala para todos. Por muy bien que se gestione la presión de correr en asfalto mojado, nada garantiza el éxito. Si hablamos solo de resultados puede salir muy bien, como le salió a Sergio García, Raúl Fernández o Jack Miller en Le Mans. Puede salir razonablemente bien, como le pasó a Pedro Acosta a Álex Márquez o puedes llevarte un cero a casa como le pasó a Marc Márquez.
Lo importante de una carrera en agua es afrontarla como cualquier otra. Te puedes caer y lesionar, igual que en seco, pero el que la comienza sin confianza la tiene perdida de antemano. No solo esa, sino todas las que lleguen en el futuro con el asfalto mojado. Marc Márquez se llevó de Le Mans los mismos puntos que tú y que yo, además de un fuerte golpe en su lesionado hombro derecho, pero también acabó el Gran Premio habiendo saboreando las mieles de volver a ser el más rápido y con la confianza de que el hombro necesita tiempo y lágrimas pero no algodones.




Llegarán más carreras en agua y quienes las aborden desde el miedo pensando que son una lotería perpetuarán su obligada derrota. Entre quienes las afronten como cualquier otra aunque sean más resbaladizas volverá a haber suerte dispar, igual que cuando se rueda en seco. Jack Miller, Pedro Acosta, Raúl Fernández o Álex Márquez tendrán opciones de triunfar o fracasar, pero no habrán naufragado antes de hacerse a la mar.