Ride In Peace

jason dupasquier

Disculpe estimado lector por publicar ahora este texto, pues en realidad debería escribirlo mucho más tarde. Así como no se debe legislar en caliente, tampoco se deberían hacer este tipo de reflexiones cuando tratan de temas recientes. Sin embargo, pilotos que fallecen por accidente de moto en circuito hay con mucha frecuencia y nunca sería momento de escribirlo, que no solo de MotoGP vive el motociclismo.

Precisamente el Campeonato del Mundo de Motociclismo para prototipos, lo que comercialmente conocemos MotoGP, es seguramente el lugar menos peligroso que existe para medirse contra el cronómetro a lomos de una moto. Los mejores y más seguros circuitos, con los mejores medios, los mejores elementos de protección y toda la seguridad activa y pasiva que el ser humano ha desarrollado para ir en moto, juntos en un mismo escenario.

Todo esto no hace menos dolorosa la muerte de ningún piloto ni significa que la seguridad no deba ser la mayor de las prioridades, también en los Campeonatos del Mundo. Todos los esfuerzos para evitar más pérdidas humanas entre quienes practican este deporte son deseables, necesarios y prioritarios. Trabajar para reducir el riesgo lo máximo posibles es beneficioso para todos, desde los pilotos hasta la sociedad en general que se beneficia de la tecnología desarrollada en el deporte en la actividades del día a día.

En un entorno donde los riesgos se han reducido tanto nos hemos acostumbrado a que casi nunca pase nada. A que una caída a 300 km/h pueda perfectamente saldarse con unos hematomas y dolores de sofá y paracetamol. Los accidentes más graves suelen saldarse con algunos huesos rotos que tratarán eminencias mundiales de la traumatología y ‘tan solo’ dejan al piloto unas semanas o meses ausente. Se ha avanzado tanto en seguridad que la norma es que lo que es potencialmente gravísimo se quede finalmente en levísimo.

Entonces llega la mala o fortuna o la pura probabilidad y una de cada muchos miles de veces la tragedia, tantas veces esquivada, aterriza en el asfalto y nos encaja un bofetón de realidad en la cara que nos deja en shock. noqueados. Aquello que por improbable quisimos creer imposible se planta ante nosotros de manera tan desgarradora como terminar con la vida de un jovencísimo piloto que tenía toda una vida por delante. Normalmente alentado a la práctica de este deporte por sus padres, muchas veces presentes en el circuito.

Lo que era motivo de puro disfrute se convierte en milésimas de segundo en el más doloroso de los dramas. El deporte que tantas alegrías ha generado pierde de repente toda su razón de ser. Nada vale un precio tan alto, como no lo vale nada que contradiga a la naturaleza haciendo que unos padres sobrevivan a su hijo. La vida, casi siempre maravillosa, se cobra a veces el más caro de los peajes de las maneras más injustas para volverse despiadadamente dolorosa.

La evolución del ser humano ha hecho que los riesgos parezcan tan lejanos que parece que nunca nos pueda tocar a nosotros. Tenemos políticas de prevención de riesgos laborales, vacunas, extintores, arneses, doctores, cinturones de seguridad, ecografías, detectores de monóxido de carbono, antibióticos, controles de alcoholemia, análisis genéticos y otros tantos miles de elementos que han hecho que el riesgo para la vida sea cada vez menor, pero nunca podremos eliminarlo del todo.

El problema de no querer asumir ningún riesgo es que paradógicamente es una renuncia a la vida. Por que la vida es más vida cuando viajas para ver a un ser querido, cuando escalas una montaña, cuando te bañas en el mar. Cuando disfrutas de tu plato preferido, cuando besas o cuando disfrutas de tu trabajo. Aquí el abanico es infinito pero todas y cada una de esas cosas tiene su riesgo, muchas veces remoto, pero eso no servirá de consuelo a quien sufra sus consecuancias.

El riesgo de vivir es que podemos morir prematuramente. Cualquiera, en cualquier momento. El riesgo cero no existe ni en casa, ni en la calle ni en los circuitos. Hoy en día la práctica del motociclismo ha conseguido unos niveles de seguridad impensableas para una actividad intrínsicamente arriesgada, pero también es cierto que la moto es una de las cosas que más vivo puede hacer sentir a quien la disfruta. Esto jamás aliviará el dolor de las pérdidas que la moto se cobra, pero hará de la vida mucha más vida para todos los que la sienten.

En la memoria de todos los que dejaron de vivir viviendo sobre dos ruedas.

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