El placer de odiar a Alberto Puig

Sigo pensando en aquella frase de Flaubert: “de toda la política sólo entiendo una cosa; y es el motín”. Pero no se fíen de él y menos de mí: Gustavo era un escritor romántico y yo solamente un balumbo sospechoso.
Empiezo este martes con el párrafo que acabé el pasado, porque mi protagonista de hoy tiene mucho “peso político” específico en MotoGP; pero por encima de cualquier consideración es un romántico como la copa de un pino.
El odio a Alberto Puig no es una moda, sino una especie de plaga bíblica que ha ido evolucionando a lo largo de los años, afectando a distintos estratos del universo del motociclismo; pero todos sobre la misma base: la envidia.
Enzo Ferrari decía que los italianos podían perdonar a un asesino antes que a un hombre de éxito. Yo creo que los españoles coincidimos; pero además, condenamos sin compasión a quien tenga una personalidad arrolladora y le importe un pimiento nuestra opinión.
Insisto: no es algo nuevo. El odio a Alberto Puig nace a principios de los noventa de la mano de algún “preboste marketiniano” de la Telefónica de la época; con la complicidad de algunos miembros de la prensa de entonces.
La etiqueta de “non grato” nace (minoritariamente) por la sencilla razón de que Alberto solamente tenía ojos para correr y ganar; sin caer en la pleitesía supuestamente debida a las pegatinas de su moto o la atención que reivindicaban los medios de comunicación.
La victoria de Jerez y justo después el accidente en Le Mans (1995) forjó su mito y agrió su carácter; a la vez que fue rescatado por Carmelo Ezpeleta para la gestión de proyectos importantes, como la futura Copa Movistar. Acabado como piloto, el hecho de mantener el favor de Dorna también generó nuevas envidias.
Y con el nuevo siglo llegó la era Pedrosa. Alguien acuñó el mantra de que Dani era una especie de robot programado a imagen y semejanza de Alberto. Y esa mentira tuvo vida hasta 2010, cuando en una entrevista exclusiva conmigo pudo explicar, por fin, lo distintos de carácter que eran. Dejando claro, de paso, que le daba igual lo que pensaran al respecto.
El odio a Puig, como digo, ha migrado en los últimos años. Desde su ruptura con Dani a su labor de Team Manager de HRC (con la transición de comentarista en Movistar) esta animadversión ha viajado del paddock (donde casi todos callan) a las gradas; especialmente a las virtuales de las redes sociales y de los seguidores de Pedrosa o Lorenzo. El ruido ha cambiado de sitio.
Remato estos párrafos de explicación cronológica con la reflexión que me ha inspirado el titular. Además de ese ADN de envidia; lo que he detectado siempre en la gente que ha querido despellejar a Alberto (ayer y hoy) es una especie de placer enfermizo, haciéndolo.
Y traigo todo esto a las pantallas de MRN porque, como hace diez años quise desmontar una mentira; hoy quiero certificar otra verdad: Alberto Puig lleva un cuarto de siglo haciendo su trabajo (el que sea) a su manera, como decía en el inicio, romántica.
Nada menos; pero sí algo más, que romanticismo: obsesión por los objetivos. Con el riesgo a perder que eso conlleva, ojo: desde casi la vida (y la pierna) en una curva de quinta que se empeñó en tomar en sexta, a una relación paterno-filial de casi quince años que se fue por el retrete en muy poco tiempo.
Esta obsesión por los objetivos le ha llevado a donde está. Incluido el cargo que sigue ostentando. Y sigue siendo el alimento de quienes disfrutan echando bilis sin reparar en algo tan sencillo como que Puig hace su trabajo sin complejos.
MotoGP no es el patio de un colegio. Y Honda mucho menos. Alberto es, después del propio Carmelo, el tío que mejor tiene dimensionado lo que esto significa. Y por eso conserva el crédito que hoy le sirve de gasolina: porque se lo ha ganado.
Se lo ganó (mal que me pueda pesar incluso a mí) cumpliendo el primer objetivo por el que fue elevado a Team Manager de HRC: hacer el trabajo que ningún japonés (y mucho menos un italiano) habían tenido los bemoles de hacer, años antes. La salida de Dani era un marrón y Alberto se lo comió a su manera.
¿La progresión de KTM con Pedrosa? Cuando lleven dos mundiales seguidos ganados, Puig estará dispuesto a llamarlo daño colateral, si acaso. Hoy ni piensa en esto, os lo aseguro. Y le da igual que le critiquen por ello. Él sabía lo que tenía que hacer y lo hizo.
Pasemos al caso Jorge Lorenzo. Se le llegó a escapar a Marc Márquez en una entrevista: “trayéndolo descabezábamos a un rival que fortalecía a Ducati”. La operación es de una brillantez maquiavélica que puede adelantarnos incluso el futuro de lo que pasará con Pol.
Suma y sigue: la renovación de Marc por cuatro años, que empiezan en 2021. El objetivo soñado por los ejecutivos de Honda desde sus despachos en Japón, logrado con un punto de política (fuera Jorge que viene Álex) y un puntazo de romanticismo: la relación Alberto-Marc más estrecha que nunca.
Epílogo, que no epitafio: toda la coyuntura de la pandemia. Mientras MotoGP se retrasaba, convenció a Marc (primer paso para que tragara Álex) de la operación LCR. Es una jugada maestra que ya se ve con claridad. Pol y no su propio hermano será la próxima víctima del líder natural del Box Repsol. Y Dorna encantada: Estrella Galicia vuelve a la clase reina.
Por el camino, la lealtad de Álex ha recibido un premio justo. En HRC estaban escondidas bajo siete llaves las indicaciones que Jorge Lorenzo dio en Japón el verano de 2019. Puig ha sabido en qué momento jugar unas cartas guardadas para una coyuntura como la actual. Y de repente el benjamín de Cervera es el piloto que llega a los finales de carrera más fino y con más goma que ningún otro.
Mi contrapunto al odio: como a Carmelo, como a Marc o como a Valentino, a Puig le he visto siempre como una estrella importante de la constelación MotoGP. Alguien que pertenece a este universo por derecho propio. Y desde ese prisma descargado de negatividad he podido siempre hablar de él, como lo he hecho de los demás, sin que tampoco me importe a mí, lo que ellos piensen.
Insisto, no es necesario que Alberto Puig se convierta en un dios al que venerar (mientras no quieras conseguir algo de él; que tampoco: es inmune al virus de la adulación) pero el supuesto placer de odiarle no es más que un falso placebo con unos efectos secundarios muy peligrosos. Porque el rencor es como tomarte tú el veneno y esperar a que se muera el otro.
Más que odio, lo que sentimos, al menos, la mayoría de pedrosistas, ES PENA, da mucha pena que un hombre que se partía la cara con el mismo Kevin34 por defenser a su pupilo, desde que Dani lo alejó de su entorno, vete a saber porque motivos personales ó profesionales, esa pasión por Pedrosa se haya convertido en ODIO VISCERAL, que materializa en críticas INSULTANTES, que si fuesen realidad, como le dijo Pedrosa: «todo eso nunca me lo dijo a la cara, tan dado que es a decir las cosas sin filtros». Da mucha pena Puig… y ese odio le va a destruir…
Totalmente de acuerdo contigo, Gus.