You’ll never walk alone
Hay veces que resulta una frivolidad hablar de carreritas, pero al final, para bien y para mal, es nuestra frivolidad. Y además, muy susceptible porque la llevamos dentro, más si conoces la explosiva combinación adrenalina/endorfina que produce conducir/pilotar/disfrutar una moto. Una susceptibilidad que todos conocemos y que nos hermana. Por eso nos saludamos sin conocernos, por eso siempre hay tema de conversación en las carreteras, circuitos o allá donde haya un mínimo de dos motos aparcadas. Y a fuerza de hablar de motitos y pilotitos, a veces nacen los amigos. Y eso está por encima de cualquier carrerita.
Pero hay ocasiones en las que toca no hacer ruido y seguir hablando de carreritas, sencillamente porque es lo mejor que puedes ofrecer a tus amigos.

Al lío señores.
Hace unos cuantos años, mínimo 15, fui a ver un torneo de verano de fútbol (por dios, que esto no salga de aquí) al Santiago Bernabéu (¡¡que no salga de aquí!!), y el abajo firmante, con una cultura balompédica que se quedó anclada en el gol de Nayim, no sabía muy bien qué equipo iba a ver: uno que vestía de rojo y al que llamaban el Liverpool. De aquel partido sólo recuerdo una cosa, una pancarta que en perfecto inglés de Liverpool rezaba que «La distancia entre la genialidad y la locura se mide por el éxito». Y es la pancarta que recorre el pasado Domingo cuando vi que Pedro Acosta miraba hacía atrás buscando a Dennis Foggia y le pasaron seis tíos, seis (o siete u ocho, si no lo vas a exagerar no lo cuentes) en un momento en el que todos pensamos lo mismo: «¿para qué miras?«.
Yo no sé vosotros, pero cuando Acosta declaró no haber sentido la presión en todo el fin de semana, automáticamente se me levantaron las cejas en plan «¿sí o qué?» volviendo a ver a uno de esos pilotos que siguen compitiendo hasta después de haber ganado. Desde mi forma de ver las cosas, Pedro estaba nervioso y presionado no, lo siguiente, y quizá la mayor presión que tenía era la de rematar en un circuito en el que se sentía fuerte viendo el periplo de resultados «menos buenos» tuvo desde Silverstone a Austin. Un arma de doble y hasta triple filo, el saberse superior.




Pero entonces fue cuando vimos al mejor Pedro Acosta de toda de la temporada. Cuando el mismo Pedro debía estar preguntándose dentro de su murciano casco MT «¿para qué miras?» y todos nos temíamos una remontada adrenalítica que pudiera terminar con Pedro por el suelo (o lo que es peor, en duelo con Darryn Binder) surgió ese piloto capaz de combinar la frialdad y la superioridad hasta llegar a la primera posición y tirar sin mirar atrás. Quizá el momento más mágico de toda la temporada de Pedro, mostrar toda su calidad y sangre fría en siete vueltas en las que todo el mundo te está mirando, en la que te juegas un error que te dejara muy tocado en Cheste y en el que tienes la obligación de ganar el Mundial de Moto3 en tu primera y última oportunidad porque después de liar la que has liado no te puedes permitir perder. Porque viendo la segunda mitad de temporada de Dennis Foggia, qué mala idea es jugársela a una carta contra este piloto en estado de gracia y sobre un misil como siempre han sido las Honda del Leopard en una pista como Cheste.




Y os voy a pedir que volváis a leer hasta asimilar la presión que se le vino a Pedro cuando perdió todas esas posiciones por mirar atrás. Y os voy a pedir que recordéis esas últimas vueltas, que volváis a verlas, y que sintáis el control que Acosta tenía sobre la situación, sobre la presión y todo lo que se estaba jugando en ese momento. Un puto crack, quizá el líder de la generación más hiperprofesionalizada de pilotos que hayamos visto nunca, uno de esos pocos tipos capaz de posicionarse del lado de la genialidad y que, de momento, nunca ha caminado ni caminará solo. Como aquel equipo de rojo al que llaman Liverpool al que, como nos gustaría cantar a nuestros amigos, «will never walk alone».
Ahora llega Valencia, la traca final del año, la despedida de Valentino y una nueva oportunidad de demostrar cómo de rápidos son los pilotos que ya no pueden ganar nada este año o cuáles de ellos están pensando en los test de la semana post Gran Premio. Es la crudeza de las carreras y la realidad de una cita cuyo mayor valor es la afición que allí se congrega a celebrar eso que nos empeñamos en llamar motociclismo. Porque si el valor de MotoGP pasa por Darryn Binder, de quien dije que su llegada a MotoGP era una piedra de toque del nivel que se está permitiendo este Campeonato, en el Algarve se dejaron bien claros los cuatro conceptos sobre Binder y el Campeonato: valor, nivel, piedra y toque.
Sobre todo toque, mucho toque!